lunes, 9 de abril de 2007
Bueyes Salvajes
Los bueyes seguían bebiendo y bailando. Desde la entrada oía sus risas y el ensortijado sonido de sus voces. Podía imaginar sus caras y sus gestos; los imaginé en la pista de baile evolucionando maquinalmente al ritmo de la música y del murmullo. Alguien gritó - ¡Fuego! - y el ruido de las conversaciones se hizo tenue y hasta inteligible. Ahora todos buscaban el origen del humo con olor a mierda.
-¡Fuego!, ¡en el baño de mujeres! -
Un extraño silencio se estableció por unos segundos; luego, los bueyes escupieron gritos desorientados y atroces ronquidos. Las mesas tropezaron con las sillas mientras los animales se abalanzaban en manada hacia la entrada. Oí sus lamentables mugidos embarrados y sus pisadas incoherentes; oí el azote de sus cuerpos, patas y cuernos contra la puerta. La civilización destruida era toda un trozo inconexo de humanidad que sin darse cuenta había derivado a este lugar en llamas; sin embargo, los bueyes no querían morir.
Me alejé. Un tipo en automóvil se detuvo en la entrada. Quitó el metal que trababa la puerta y los bueyes corrieron libres y salvajes, cayeron sobre el cemento tratando de respirar, sucios, exaltados, sobrevivientes.
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