Juan Nova
Lo recuerdo como si fuera ayer. Por aquellas tardes, al caer el crepúsculo, las calles se vaciaban al son de una tenue claridad rojiza que se desprendía del sol ya oculto, mientras un viento repentino y prepotente alzaba una rápida cortina de polvo que limpiaba calles y aceras. Cuando éste cesaba aparecían de improviso por algunas esquinas algunos individuos medio idos, los que miraban intermitentemente a ambos lados de la calle, estaba desolada. Algunos de ellos con las manos en los bolsillos esperaban, mientras otros con los brazos cruzados escudriñaban. Entre ellos no se miraban pero sabían que estaban allí. Al acabar el crepúsculo comenzaban a caminar todos, al mismo tiempo, y siempre en la misma dirección, de oeste a este, erguidos y con zancadas pausadas. Al final de la calle desaparecían como si fueran absorbidos por la siguiente ráfaga de viento y polvo que parecía volver en la dirección opuesta. Luego de unos minutos la calle retornaba a la normalidad.
La primera vez que lo advertí, pensé que era normal su devenir y hasta llegué a pensar que trabajaban y que se conocían por ese motivo. Algunos habitantes murmuraban que eran drogadictos, y que no hacían nada de provecho, también parecían ser eso.
El día menos pensado decidí cambiar mi postura. Ya conocía de memoria esas apariciones, y me intrigaba saber qué pasaba con esos tipos una vez que desaparecían al final de la calle. Esta curiosidad me llevó un día a seguirlos. Cuando llegué a la última esquina de la calle, observé a lo largo de la diagonal que pasaba a los pies del cerro, a los individuos que conversaban en grupos dispersos, algunos miraban más allá, parecían esperar. Advertí en un grupo a un individuo que, con los brazos cruzados, me observó fijamente. Cuando la oscuridad ya fue completa disminuyó considerablemente mi campo visual, la escasa claridad me permitió ver algunos tipos que escalaban el cerro en fila. Esa noche volví a casa sumergido en profundas ensoñaciones y especulaciones, los sueños fueron peores. La segunda vez que los espié, se fueron en dirección al sur, siguiendo el curso de la línea férrea, siempre caminando en fila. Después de muchas escaramuzas espiándolos, descubrí que mi deseo de no seguirlos más allá no obedecía a la noche, el frío o premura por volver luego al hogar, si no por la presencia de un individuo que, desde la lejanía parecía retenerme en esa esquina, como si mentalmente me ordenara no seguirlos, por mi bien.
Estas persecuciones frustradas duraron un buen tiempo. Al parecer mis escaramuzas dieron pie a que más personas salieran de sus casas antes de lo previsto y se juntaran a cuchichear. Ahora opinaban que tal vez eran satánicos o delincuentes de alguna mafia, yo estaba seguro que ocultaban algo mucho más interesante. En algún momento, afanosamente, me di el tiempo de averiguar un poco más de la vida personal de estos individuos. Recurrí a fuentes confiables las que me dijeron que algunos de estos tipos habían sido universitarios, poetas y mendigos, y que en algún momento se reunieron formando una extraña y desconocida alianza. Se les vio luego en bares y tugurios de mala muerte, donde se drogaban; pero de la noche a la mañana dejaron esos vicios y ya no tuvieron más contacto social, sólo se les volvió a ver con las apariciones crepusculinas; para entonces ya les rodeaba un halo de misterio y respeto.
El tema de estas apariciones y desapariciones se hizo público un día cuando se realizaba una propaganda electoral, en donde uno de los candidatos a la alcaldía les hizo un llamado para que depusieran sus actos, ya que estaban atemorizando a la comunidad. No creo que dicha petición haya sido escuchada y mucho menos considerada por ellos, dado que fue emitida en momentos que estos no se veían y nadie se encargaría de hacérselos saber, mientras tanto sus actividades nocturnas continuaban con normalidad.
Como la autoridad competente o policial hacía nada al respecto, seguí con mis espionajes. Esta vez estaba decidido a seguirlos hasta el final de su recorrido y de esta forma saber de una vez por todas qué hacían, sólo para saciar mi curiosidad.
Una de esas tardes los seguí por el cerro. El crepúsculo había terminado y el cielo azul oscuro parecía fusionarse con el verdor espeso de los pinos y eucaliptos, lo que con el rápido correr de las horas dificultó la visión y la secreta persecución. La noche había caído por completo cuando sorpresivamente les di alcance en uno de los tantos y angostos caminos. Pero ese acercamiento, más que alterar su éxodo y mi persecución, me otorgó una extraña y familiar a la vez, comodidad y seguridad, ante un paisaje que parecía devorar mi atención apenas trataba de orientarme. Ahora mi interés de seguirlos no radicaba en una obstinada curiosidad si no en la necesidad de contar patudamente con su orientación para poder regresar a casa y a la cálida y cómoda cama que me esperaba.
En algún momento creí ser víctima del cansancio y el frío, pues una extraña sensación corporal, mezcla de mareo, apnea y visión borrosa me sorprendió botado en el suelo tratando de incorporarme. Cuando al fin pasó la crisis respiratoria me levanté apoyándome en unos arbustos. La confusión me hizo olvidar por unos segundos el propósito de mi estadía allí, al reaccionar ya había perdido de vista al último sujeto de la fila pero difícilmente podía caminar, eso sumado al frío y la total oscuridad, me hizo desistir de esa opción y preocuparme únicamente del regreso.
Pasé el resto de la noche tratando de encontrar caminos conocidos, erráticamente pude llegar junto con el alba a la cima de un cerro desde donde divisé la ciudad y me senté a descansar pensando en mi aventura infructuosa. Lo cierto era que después de esa persecución fallida, me quedaban muy pocas ganas de descubrir el secreto de las desapariciones de estos sujetos. Volví a casa, cansado, hambriento y adolorido por el frío.
Dormí toda esa mañana y soñé que continuaba persiguiendo a los sujetos después del mareo que me hizo caer; luego recordé que el último sujeto de la fila, encarándome, me contaba algunas cosas que tenían que ver con su participación en las desapariciones. Lo central del mensaje era que él había sido el último en incorporarse al grupo. Al igual que yo, y movido también por curiosidad, los había seguido y para no extraviarse lo llevaron consigo y lo regresaron a salvo, a cambio de sumarse al grupo, mantener el secreto de sus actividades y cooperar activamente con ellas. Después agregaba que de seguir mi intento de seguirlos también correría la misma suerte que él y la suerte del anterior y de todos los del grupo, manía que había comenzado con la iniciativa de un primer sujeto.
Una de las cosas que pensé después fue que tal vez no había soñado eso, si no que había ocurrido realmente y que el último sujeto de la fila me había detenido de alguna forma para no seguirlos, o bien para terminar con la manía del primer sujeto, la posterior incorporación y desapariciones de las calles. Lo que más lamentaba era no recordar, sueño o no, que el sujeto mencionara el destino de esas andanzas y sus actividades, pero estaba decidido a incorporarme al grupo para averiguarlo.
Lo cierto, como hubiese sido, un sueño o pesadilla, es que nunca volví a verlos. Aún recuerdo vívidamente esa aventura y conservo la esperanza de verlos aparecer una de estas tardes por la calle. Creo que se fueron para siempre junto con su secreto, sellando el período de los éxodos.
lunes, 9 de abril de 2007
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