Marcelo Contreras Prams
Nubes negras intercaladas sobre la transparente atmósfera rodean el hipódromo, la pista está preparada y la puedo ver hacia mi izquierda hasta donde se pierde en la primera curva. Pongo mis músculos afín a las circunstancias, estoy preparado para correr, de pronto, llegan mis adversarios sólo pongo atención en el más cercano a mí, quien monta sobre un caballo, esto me deja perplejo, el animal me examina con la mirada, relincha casi jocosamente, me da la impresión. El inicio de la carrera es inminente así que nos pusimos todos en fila sobre el borde de la pista y mirando a ésta, tengo la ventaja por estar más a la izquierda; el caballo con su pata hace un pequeño agujero en la arena lo que me permite darme cuenta de sus propósitos de manera que le imito. Suena la bocina y el impulso que doy apoyándome en el orificio me lanza al primer lugar con cierta holgura, de pronto comienza a caer la más hermosa lluvia, una torrencial lluvia con gotas en las cuales perfectamente se apreciaba el cielo en el contorno inferior de éstas, pero no es razón para detener la insigne carrera en la cual ahora estoy un tanto rezagado. Más allá de la primera curva, a través de los árboles, vi caer un gigantesco rayo, el mayor que viera jamás, una ígnea bola de electricidad comenzó a extender sus azarosos tentáculos sobre la superficie de la tierra. El pánico se apoderó de todos y comenzamos a huir en sentido opuesto a semejante portento, pero era inútil, nos comenzamos a electrocutar; en el ambiente, este peculiar olor a circuito eléctrico quemado.
lunes, 9 de abril de 2007
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